martes, 23 de mayo de 2017

Construcciones civiles: castillos y palacios

Castillo (del latín castellum, diminutivo de castrum) es, según definición del Diccionario de la RAE, un «lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes, fosos y otras fortificaciones».[cita requerida] Existe todo un conjunto de edificaciones militares que guardan analogías con el castillo, como el alcázar, la torre, el torreón, la atalaya, el fuerte, el palacio fortificado, la ciudadela o la alcazaba, lo que hace que no siempre sea fácil asegurar si se trata o no de un castillo propiamente dicho. Se tiene normalmente por tal el conjunto formado por un recinto amurallado que encierra un patio de armas, en torno del cual se sitúan una serie de dependencias y que dispone por lo menos de una torre habitable.

Antecedentes

Ya desde el Neolítico (entre 8500 a. C. y 2500 a. C.), la población construyó castros y fortificaciones en colinas para defenderse. Muchas de ellas, construidas de barro (tapial) han llegado hasta nuestros días, junto con la evidencia del uso de empalizadas y fosos. Posteriormente se fueron construyendo en piedra o en ladrillos de barro o adobe según la disponibilidad de materiales o las necesidades defensivas. Los romanos encontraron enemigos que se defendían en colinas fortificadas que llamaron oppidum. Aunque primitivas, eran efectivas y requerían del uso de armas y otras técnicas de asedio para superar las defensas, como por ejemplo en la batalla de Alesia.

Las propias fortificaciones romanas, los castrum, iban de simples obras provisionales levantadas sobre el terreno por los ejércitos en campaña, hasta construcciones permanentes en piedra, como el Muro de Adriano en Inglaterra o los Limes en Alemania. Los fuertes romanos se construían con planta rectangular y torreones con esquinas redondeadas. El arquitecto romano Marco Vitrubio fue el primero en señalar la triple ventaja de las torres redondas: más eficiente uso de la piedra, una mejor defensa contra los arietes (al trabajar la muralla a compresión) y mejor campo de tiro. Hasta el siglo XIII estas ventajas no se redescubrieron en la Europa del norte, llevadas desde la España musulmana, que mantuvo la tradición desde mucho antes.

Primeros castillos

Si bien los primeros castillo datan del IX, su origen es más antiguo y tienen precedentes en la arquitectura militar de la Grecia clásica. En la Alta Edad Media, se utilizaba como cerco defensivo una mera empalizada de madera, pero la evolución del armamento y de las técnicas militares hicieron inservible este procedimiento; más adelante, se confió en la solidez de las construcciones en piedra y en la altura de los muros que con este material podía alcanzarse.
Aunque los castillos proliferaron durante la Edad Media, el castillo no solo cumplía funciones puramente castrenses, sino que servía también de residencia a los señores de la nobleza y a los propios reyes, llegando con el tiempo a ser un auténtico palacio fortificado. Si bien podía estar enclavado en los núcleos urbanos, lo común es que se situase en lugares estratégicos, normalmente en puntos elevados y próximos a un curso de agua para su abastecimiento, desde donde pudiera organizarse la propia defensa y la de las villas que de él dependían.
A partir del siglo XVI, con el ocaso del feudalismo y la consolidación de las monarquías absolutistas, la nobleza propietaria de los castillos los fue abandonando a cambio de mansiones palaciegas en la corte. Por este motivo, y porque quedaron obsoletos en su función militar, los castillos perdieron todo interés y decayeron hasta la actual ruina de la mayor parte de todos ellos.

Castillo de Turégano (Segovia)
Castillo de Coca (Segovia)

Castillo de Peñafiel (Valladolid)
Castillo de la Mota (Medina del Campo - Valladolid)


Castillo de Belver (Palma de Mallorca)


Castillo de Javier (el patrono de Navarra)

Castillo de Olite (Navarra)
Castillo de Windsor (Inglaterra)

Castillo de Sant' Angelo (Roma - Italia)

Castillo de Chambord (Francia - río Loira)






Palacio es el edificio utilizado como residencia del jefe de estado u otro magnate.

Surgieron en la Edad Antigua, con el inicio de la historia, en todas las civilizaciones; albergando acontecimientos y protagonizando procesos políticos, sociales y económicos de trascendencia histórica.

En el Antiguo Régimen europeo los palacios eran las residencias reales, las de la nobleza y del alto clero; aunque también de los burgueses enriquecidos. Se construían, amueblaban y decoraban con los criterios del gusto artístico más exigente y el mayor lujo, contribuyendo a fijar los estilos artísticos de cada época.

En la Edad Contemporánea muchos palacios han sido transformados para otros usos, como parlamentos o museos. El término se emplea también habitualmente para denominar nuevas construcciones de edificios públicos especialmente lujosos que funcionan como hitos urbanos; sea cual sea su uso, siendo un caso extremo las lujosas estancias palaciegas que en realidad son pasillos del Metro de Moscú, construido en la época estalinista con explícita referencia a los palacios zaristas.

La palabra castellana "palacio" proviene de la latina Palatium, y esta del topónimo de una de las siete colinas de Roma, el Palatium o Palatinus Mons ("Monte Palatino"). El palacio original sobre el Monte Palatino era la residencia del emperador romano, mientras que el Capitolium o Mons Capitolinus ("Capitolio" y "Monte Capitolino") era la sede del Senado y los núcleos religiosos de Roma. Aunque la ciudad creció más allá de las siete colinas, el Palatino siguió siendo el área residencial más prestigiosa. César Augusto vivió allí en una vivienda intencionalmente modesta (la Domus Augustea, construida sobre la cabaña de Rómulo1 y junto al Lupercal2 -la cueva donde la loba amamantó a Rómulo y Remo-),3 distinguida de la de sus vecinos sólo por dos árboles de laurel flanqueando la entrada frontal, como un símbolo de triunfo otorgado por el Senado. Sus sucesores, especialmente Nerón, con su Domus Aurea ("Casa Dorada"), ampliaron la residencia y los jardines hasta que abarcaron toda la cima de la colina. Palatium se convirtió en sinónimo de residencia del emperador y, por metonimia, designaba a la institución imperial en sí.

Ya en la Edad Media, el uso de la palabra latina palatium con el sentido de "gobierno" es evidente en un comentario de Pablo el Diácono, escrito en 790 y que narra hechos de los años 660: Huic Lupo, quando Grimuald Beneventum perrexit, suum palatium commendavit ("Cuando Grimuald se puso en camino a Beneventum, encomendó su palacio a Lupo").4 En esa misma época Carlomagno revivió el uso del término como residencia imperial en su "palacio" de Aquisgrán, del cual solo sobrevivió la capilla. Previamente, los reinos germánicos, como el ostrogodo, pero especialmente el visigodo y el franco, habían desarrollado cada uno su respectivo officium palatinum con distintos cargos en torno al rey; los "palatinos" merovingios dieron origen a las figuras legendarias de los paladines.

Palas era el nombre que se daba a la residencia de gobierno en algunas ciudades germánicas de la Alta Edad Media. Los poderosos príncipes electores se alojaban en palacios (Paläste), evidencia de la descentralización del poder en el Sacro Imperio Romano Germánico. De una manera similar, en la mayoría de las monarquías feudales, aunque inicialmente sólo fuera el rey quien se permitía llamar a su morada palacio, tal denominación fue emulada por la nobleza y el clero.


En Francia y en idioma francés hay una clara distinción entre palais ("palacio") y château ("castillo"). El palais siempre ha sido urbano, como el Palais de la Cité de París (que fue el palacio real y ahora es la Suprema Corte de Justicia), o el Palais des Papes de Avignon ("Palacio de los Papas"). En contraste, el château siempre ha sido de características rurales, sostenido por su demesne,5 aun cuando no estuviera fortificado. El Palacio de Versalles, residencia del rey de Francia, y con él la fuente del poder, está alejado de la ciudad, y siempre ha sido denominado en francés como Château de Versailles, mientras que la denominación Palais se reserva para el edificio urbano del Louvre en París.



Civilizaciones históricas - Próximo Oriente antiguo

Desde el nacimiento de la civilización, aparecieron el palacio y el templo como manifestaciones arquitectónicas de la dualidad del poder (poder político y poder religioso). En ambos casos, nacen con la historia, es decir, con la escritura; siendo la emisión, recepción y conservación de cartas y todo tipo de documentos en un archivo una de las funciones de los palacios desde su origen. Otra muy importante fue la custodia de todo tipo de almacenes (de alimentos, de materias primas para la construcción y la artesanía, de mercancías para el comercio exterior o provenientes de él, de armas), y especialmente la del tesoro (el almacén de las mercancías más prestigiosas: metales preciosos y joyas). A la burocracia cada vez más compleja que generaban las cancillerías y tesorerías (en Egipto, con el nombre de escribas) se sumaba el resto de los oficios palaciegos denominados por su función en el servicio doméstico de la casa del rey, que terminó convirtiéndose en una corte regia de altos funcianarios ennoblecidos (como el copero que aparece en la narración bíblica de la historia de José en Egipto, donde se describen detalles muy significativos de la vida palaciega).


Lo relativamente efímero de los materiales utilizados en su construcción ha provocado que de los palacios sumerios y egipcios apenas hayan quedado más que restos arqueológicos, lo que contrasta, en el caso de Egipto, con la mayor duración de los materiales utilizados en los edificios religiosos y las tumbas; cuya concepción (como casa del dios o casa para la eternidad) permite hacerse una idea de cómo serían aquellos.

Todos los palacios destacan por la espectacularidad de su construcción, su ubicación, su extensión y los jardines o fuentes de agua.


Palacio Real de Madrid
Palacio Real de La Granja (Segovia)
Palacio Real de Aranjuez (Madrid)







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